lunes, 25 de abril de 2011

Por el amor de una mujer, he dado todo lo que fui, lo más hermoso de mi vida

Toda mujer siente que va a cambiar a su hombre cuando decide mantener una relación seria. Es muy raro que alguna piense que los defectos (al menos, los que ella considera defectos) sean parte integral de esa persona. Apenas compartan la cama, ella tratará de imponerle su particular sentido del orden. Querrá que doble sus camisas. Que apague el televisor a las 11 en punto. Que coma menos grasas. Que no se emborrache. Que pase su tiempo libre realizando labores domésticas. Que alimente al perro. Que se afeite a diario. Que deje de estar deprimido. Que busque un buen trabajo. Que pida un ascenso. Que pida un aumento. Que maneje despacio. Que se corte el cabello. Que pase tiempo con sus hijos. Que pase tiempo con su familia. Que no diga groserías. Que deje las drogas. Que no juegue billar ni a la Playstation. Que le compre flores. Que vea películas románticas con ella y se muestre interesado por la vida sentimental de sus amigas.

Piensa que es cuestión de tiempo lograr moldearlo para que se convierta en el hombre ideal (o lo más cercano a él) que "podrá hacerla feliz". Allí está el asunto: Quiere cambiarte porque piensa que es tu obligación hacerla feliz. Si siente que su vida es una mierda, es sólo porque su hombre no ha logrado sacarla de su miseria "porque no le importa" o "no la quiere". A diferencia de los hombres que, por lo general, saben que todos los caminos te conducen al vacío y que, la única forma de no ahogarte en tus tormentos es la evasión (sexo extramarital, alcoholismo, juegos de video, deportes, apuestas, etc); las mujeres suelen pensar que al formar una pareja, la felicidad debería -instantáneamente- convertirse en su estado natural y cuando -lógicamente- eso no sucede, pues el culpable termina siendo él, el insensible hombre que no puede pensar un poco, siquiera, en sus necesidades.

La diferencia de comportamiento entre hombres y mujeres tiene una fuerte raiz histórica. Desde el origen del Homo Sapiens, el primero, debía enfrentar innnumerables peligros para conseguir comida. Cada mañana dejaba el refugio con la consciencia de que, probablemente, esa noche no volvería. Es por eso que, cuando sí lo hacía, lo menos que le preocupaba era leer un libro a los niños al acostarse.

De la misma manera, la precariedad del hogar, obligaba a la mujer a administrar los recursos (alimentos, ropa, herramientas) de manera que todo fuera fácilmente accesible en caso de tener que huir en cualquier momento. Sin olvidar que, subconscientemente, sabía que la limpieza del lugar alejaría muchas enfermedades. Pero todo ello se justificaba al ver aparecer, por la entrada de la cueva, un buen pedazo de carne, colgado del brazo del macho.

Cada uno cumplía con su función biológico-social, sin preguntas ni recriminaciones. Pero la sociedad fue evolucionando, hasta que la igualdad de sexos dejó al hombre en la complicada posición de cumplir con infinidad de roles para los que jamás se había preparado; pero, sin olvidar, tampoco, el de sustentador principal de la familia.

Por eso, cuando mi mujer me pide, a gritos, que haga bolitas con las medias y las guarde en un cajón, finjo dormir, hasta que su llanto de impotencia me permite saber que hemos perdido otra batalla.

domingo, 10 de abril de 2011

Será un ingeniero dice el abuelo, un gran arquitecto sería perfecto

Cuando tenía cuatro años creí que era una especie de divinidad en estado latente. A los nueve sentía que podría ser el profeta de algún dios. Tres años después decidí llegar a ser Presidente de la Nación; y, apenas, al siguiente, esperaba ganar un premio Nobel -aunque fuera el de la Paz. Diez años después, soñaba con ser actor porno, esperanza que cambié por convertirme en un rompecorazones. A los treinta quería llegar a ser gerente de la empresa en que, aún hoy, sigo trabajando. A los 35 pensé en divorciarme y a los cuarenta mi únicos anhelos en la vida son llegar a casa, evitar recriminaciones de mi esposa -o evitarla a ella- y que inicien las temporadas de mis series favoritas.

viernes, 1 de abril de 2011

Yo no quiero calor de invernadero, yo no quiero besar tu cicatriz

Estamos en cama luego de otro día en que la conjugación del verbo trabajar puede resumir todas mis actividades diurnas. Intento tocar a mi mujer pero un manotazo me indica que esta será otra noche de amor solitario.- Necesitamos dinero para las matrículas de los chicos -señala. - ¿Y nos pagan un sueldo por la la abstinencia sexual? -respondo inocentemente. La mirada glacial que me obsequia me asegura que el humor no es el camino que nos llevará a recuperar el romance. -Debes conseguir un trabajo mejor -me dice luego de unos instantes. Su tono de voz es rotundo, así que no menciono que a mi edad, con mi paupérrimo currículum y nulos contactos, las posibilidades de lograrlo son menores que las de clasificar al siguiente Mundial. En lugar de eso enciendo el televisor dispuesto a ignorar cualquier otro comentario. Ella entiende la indirecta y después de murmurar algo que, seguramente, no me gustaría escuchar, empieza a llorar despacio, pero de manera suficientemente audible para desesperarme. Me levanto sin tener nada que hacer. Doy algunas vueltas y termino sentado en una silla de la cocina, tomando un té frío y pensando que en que si tuviera, al menos, dinero para comprarme una botella de cerveza, podría imaginar que la Antártida de 104 metros cuadrados en la que vivo es algo más parecido a un hogar.