viernes, 1 de abril de 2011

Yo no quiero calor de invernadero, yo no quiero besar tu cicatriz

Estamos en cama luego de otro día en que la conjugación del verbo trabajar puede resumir todas mis actividades diurnas. Intento tocar a mi mujer pero un manotazo me indica que esta será otra noche de amor solitario.- Necesitamos dinero para las matrículas de los chicos -señala. - ¿Y nos pagan un sueldo por la la abstinencia sexual? -respondo inocentemente. La mirada glacial que me obsequia me asegura que el humor no es el camino que nos llevará a recuperar el romance. -Debes conseguir un trabajo mejor -me dice luego de unos instantes. Su tono de voz es rotundo, así que no menciono que a mi edad, con mi paupérrimo currículum y nulos contactos, las posibilidades de lograrlo son menores que las de clasificar al siguiente Mundial. En lugar de eso enciendo el televisor dispuesto a ignorar cualquier otro comentario. Ella entiende la indirecta y después de murmurar algo que, seguramente, no me gustaría escuchar, empieza a llorar despacio, pero de manera suficientemente audible para desesperarme. Me levanto sin tener nada que hacer. Doy algunas vueltas y termino sentado en una silla de la cocina, tomando un té frío y pensando que en que si tuviera, al menos, dinero para comprarme una botella de cerveza, podría imaginar que la Antártida de 104 metros cuadrados en la que vivo es algo más parecido a un hogar.

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