sábado, 14 de mayo de 2011

Hoy viene a mi la damisela soledad

Mastico mi sándwich de atún mientras te veo picar una cebolla. Siento que la soledad se te desprende por los poros y quisiera abrazarte, decirte que puedes contar conmigo para lo que sea, que somos marido y mujer y sólo la muerte podrá separarnos. En lugar de eso, cojo el control remoto y aumento el volumen del televisor, intentando no pensar más en tu soledad. Al cabo, todos nos sentimos solos: El galán de la novela, el que trae el balón de gas. Incluso nuestros hijos sufren de soledad aunque, a veces, no sepan que es eso lo que hace que se revelen contra sus vidas.
De más está decir que yo también la sufro, aunque me cuido de demostrarlo. En cambio tú, es como si tu cuerpo gritara que ya no aguanta el vacío de su humanidad y me miras como si yo tuviera la culpa. Como si pudiera hacer algo para paliarla o para hacerte feliz. Me gustaría decirte, en verdad, que la soledad sólo se nos acaba cuando nos morimos y que ni la droga más dura puede adormecerla definitivamente. Mucho menos, yo, que no soy, ni por asomo, una persona fuerte.

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